La idea de la tierra hueca no deja de ser sino la transformación de un
mito oriental –a caballo del chamanismo, el budismo y el hinduismo, siendo los
“lugares telúricos” los que se relacionan más con el primero de ellos- en mito
occidental. Mito que pierde sus raíces originales –el carácter de fin de ciclo
de la epopeya hinduista o el carácter de lugar mágico y “sacro” del chamanismo-
y que generará sus propias fuentes y, en ocasiones, raíces –no será extraña a
la difusión de la idea de la tierra hueca la mención de referencias bíblicas o
relacionadas con ellas-. También aparecerá –¡como no!- la muy occidental
cuestión del fenómeno OVNI, digamos que no quedarán muchos elementos del
imaginario fantástico del Occidente moderno fuera del asunto.
Esoterismo clásico y esoterismo "cientifista"
Cabe diferenciar
dos aproximaciones diferentes a la Tierra hueca, por un lado nos encontramos
con el esoterismo clásico occidental, el de fines del siglo XIX e inicios del
XX, que recurre a cosas como las “canalizaciones” –relacionado con la idea de
mediumnidad- a la hora de basar sus teóricos descubrimientos, y lo que
podríamos llamar el entorno “cientifista” que invariablemente recurre a
supuestas expediciones de descubrimiento que o bien son secretas o bien se han
silenciado por los poderes establecidos, en estas expediciones siempre aparece
la figura del intrépido explorador, aquí nos encontramos con hechos apócrifos
vinculados a personas reales o bien con hechos apócrifos vinculados a
personajes respecto a los cuales no se puede constatar siquiera su realidad.
En
uno y otro caso queda patente la ausencia de pruebas reales en las que apoyar
sus afirmaciones, resulta obvio que la “canalización” y la “mediumnidad” no
constituyen ningún argumento solido, no más allá de la fe que se desee
depositar en ellas; por lo que hace a los “cientifistas” a lo sumo puede
hablarse de anécdotas puramente circunstanciales sobre las que se construyen
elaboradas teorías, siempre reposando en pruebas secretas o que han sido
secuestradas por los que se empeñan en “ocultar la verdad”. No obstante,
resultan interesantes las construcciones de esos mundos artificiales –porque
son fruto de un artificio, de un “constructo”-, como se describen estos y, en
ocasiones, como se describe el proceso de su “descubrimiento”, en muchas
ocasiones con exploraciones fantásticas incluidas.
En otros artículos ya se ha
abordado la perspectiva esotérica u ocultista clásica “pura”, las visiones
“cientifistas” de la “tierra hueca” se desarrollarán en su plenitud básicamente
en la segunda mitad del siglo XX, si bien tiene antecedentes anteriores o
recurre a supuestos hechos anteriores. De hecho en la literatura se encuentran
algunos planteamientos que siendo fantásticos presentan una imagen “científica”,
es el caso de la famosa novela “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne,
igualmente puede retrotraerse a ilustres defensores como el astrónomo británico
del siglo XVII Sir Edmund Halley, que lanzó la idea de que la Tierra era hueca.
La diferencia
entre las leyendas subterráneas de Agartha, presentadas por ocultistas y/o
aventureros, y la llamada “teoría de la Tierra hueca”, es que la primera no
necesariamente –y se diría que no mayoritariamente- precisa que el planeta sea
hueco, nos presenta un mundo oculto en subterráneos pero eso no desdice de la
solidez del planeta en sí, digamos que lo único que precisa es “implantar”
cavernas en el subsuelo más grandes y puede que más profundas de las ya
conocidas y, muchas de ellas, explorada por los espeleólogos; mientras que la
segunda necesariamente se refiere a un globo terrestre casi en sentido
estricto, pues su interior –como en los globos aeroestáticos- es hueco,
completamente hueco, siendo la parte solida tan solo la corteza, habitada tanto
en su interior como su exterior, a la que cabría añadir como parte “solida” el
supuesto “Sol interior”, un “Sol” a escala que haría las veces de luminaria
para las tierras interiores y de núcleo del planeta.
Así, pues,
tenemos la imagen a grandes rasgos de lo que debiera ser esa “Tierra hueca”,
nos falta añadir que sus defensores afirman que existen dos grandes puntos de
entrada y salida de la misma –amén de otras posibles entradas secundarias, a
partir de cavernas y similares-, estos serían los dos polos, que se imaginan
como dos gigantescos agujeros que se abren hacia el interior del Planeta.
La conspiración necesaria para explicar la falta de pruebas
A la
pregunta de ¿dónde están las imágenes? Se responde que éstas están censuradas,
y se pone como prueba un hecho cierto pero circunstancial, que es que en las
imágenes satélite de los casquetes ártico y antártico los polos geográficos
estrictos aparecen ocultos por algún elemento que corta la imagen –un círculo,
una estrella, una mancha, etc.-.
Lo cierto es que
en general ésta es una práctica habitual –casi se podría decir “clásica”- tanto
en las imágenes de satélite como de las fotografías aéreas, en todas ellas las
autoridades militares condicionan el resultado de algunos elementos de la foto
o imagen que se consideran estratégicos o de interés militar, disimulando los
mismos o tapándolos directamente con una mancha que impida su visualización.
Ciertamente cabe preguntarse sobre la efectividad real de una medida que, como
mínimo, parece indicar a posibles adversarios que… allí hay algo de interés
militar, ergo… un objetivo.
Esta práctica o
imposición, de explicación sumamente prosaica, es perfectamente conocida por
geógrafos, cartógrafos y otros profesionales relacionados con temas
territoriales y espaciales. En realidad lo único que nos dicen esas “no
imágenes” polares es que en los polos algo se considera de importancia
estratégica –relacionada o no con lo militar- por parte de las autoridades
nacionales a las cuales se ajustan los autores o difusores de esas imágenes. Ni
más ni menos.
Si como prueba
“negativa” los defensores de la “Tierra hueca” presentan cosas como la ausencia
de imágenes de los polos, como prueba “positiva” presentan diferentes
anécdotas, más o menos creíbles, de protagonistas antiguos o anónimos y, sobre
todo, historias que podemos denominar “apócrifas” de personas reales, con
cierto prestigio en su campo o conocidas en su momento, que acaban por
convertirse en personajes de la “saga de la Tierra hueca”.
La figura de Richard E. Byrd
El paradigma de
esta situación es el explorador y marino estadounidense Richard E. Byrd, cuya
figura será utilizada en una doble vertiente “misteriosa”, la que aquí tratamos
de la “Tierra hueca” y la de presuntas, secretas y avanzadísimas bases… del
Tercer Reich, que en ocasiones aparecen en la Antártida “por libre” y en otras
versiones se relacionan también con la “Tierra hueca” –esa vinculación la
realiza, por ejemplo, el chileno Miguel Serrano en su más que curiosa obra
literaria “místico-mistérico-nazi”-. El caso es que el almirante Byrd o bien
explora la “Tierra hueca”, o bien se enfrenta a un poder oculto
nacionalsocialista, o… ambas cosas. Ciertamente el “curriculum” apócrifo del
almirante Byrd supera al ya notable “curriculum” oficial del mismo.
Lo primero que
se observa al leer los supuestos diarios apócrifos de Byrd es una notable
diferencia de estilo –además de contenidos, naturalmente- a los diarios reales
y conocidos del almirante Byrd en su faceta de explorador, si tomamos, por
ejemplo, el diario de su viaje antártico de 1934, dónde pasó todo el invierno
en ese continente, vemos que no es preciso incentivar con fantasías la aventura
del explorador Byrd, resulta emocionante leer su diario –muchísimo más
detallado y convincente que los apócrifos- y captar el riesgo y la emoción del
viaje real, también la tensión, pues Byrd, en 1934, tuvo su vida en serio
peligro. Un brillante artículo de Marcelo Dos Santos recoge esos hechos profusa
y concienzudamente.
Pero volviendo
al Byrd de la ciencia-ficción nos encontramos con el buen almirante metido en
cada uno de sus viajes polares –al norte y al sur- introduciéndose en la
“Tierra hueca”, aquí presentamos un fragmento de los supuestos diarios, se
supone que aconteció en un vuelo sobre el ártico efectuado en febrero de 1947:
“Las condiciones de vuelo son de nuevo buenas. Se
pueden ver enormes masas de nieve y hielo bajo nosotros.
Notamos en la nieve bajo nosotros un tono
amarillento. Ese cambio de color sigue un patrón preciso.
Descendemos para poder observar mejor este
fenómeno.
Ahora podemos reconocer distintos colores. Vemos
también patrones rojos y lila.
Sobrevolamos la región otras dos veces, y después
volvemos al curso en que estábamos.
Volvemos a chequear la posición con nuestra base.
Transmitimos todas las informaciones referentes a
los patrones y a los cambios de color del hielo y la nieve.
Nuestras brújulas se han vuelto locas.
Ambas, la brújula giroscópica y la brújula
magnética, giran y vibran.
Ya no podemos comprobar nuestra posición y
dirección con nuestros instrumentos.
Sólo nos queda la brújula solar. Con ella podemos
mantener la dirección.
Todos los instrumentos funcionan titubeantemente
y extremadamente lentos.
Sin embargo no podemos determinar una
congelación. Podemos distinguir montañas ante nosotros.
Nos situamos a 2.950 pies (aprox. 900 metros). De
nuevo tenemos fuertes turbulencias.
Hace 29 minutos que hemos visto las montañas por
primera vez.
No nos hemos equivocado. Es toda una cadena
montañosa.
No es especialmente grande. Nunca ante la había
visto.
Entretanto estamos directamente sobre la cadena
montañosa.
Seguimos volando en línea recta, siempre en
dirección norte.
Tras la cadena montañosa hay verdaderamente un
pequeño valle.
A través del valle serpentea un río.
Estamos asombrados: aquí no puede haber un valle
verde.
Aquí hay cosas que no concuerdan.
Bajo nosotros debería haber masas de hielo y
nieve.
A babor las pendientes de las montañas arboladas
con altos árboles.
Toda nuestra navegación ha dejado de funcionar.
La brújula giroscópica se balancea continuamente
en un ir y venir.
Desciendo ahora a 1.550 pies (aprox. 470 metros).
Hago girar acusadamente al avión hacia la
izquierda.
Ahora puedo ver mejor el valle bajo nosotros.
Sí, es verde.
Está cubierto de árboles y zonas de musgo.
Aquí dominan otras condiciones de iluminación.
En ningún lado puedo ver el sol.
Hacemos de nuevo una curva a la izquierda.
Ahora divisamos bajo nosotros un animal adulto.
Podría ser un elefante. ¡No! Es increíble, parece
un mamut.
Pero de verdad es así. Tenemos bajo nosotros un
mamut adulto.
Ahora bajo aún más.
Ahora estamos a una altura de 1.000 pies (aprox.
305 metros).
Observamos al animal con los prismáticos.
Ahora es seguro - es un mamut o un animal que se
le parece mucho al mamut.
Radiamos las observaciones a la base.
Sobrevolamos entretanto otras montañas más
pequeñas.
Yo estoy mientras tanto totalmente asombrado.
Aquí hay cosas que no concuerdan.
Todos los instrumentos vuelven a funcionar.
Empieza a hacer calor.
El indicador nos dice que estamos a 74 grados
Fahrenheit (aprox. 23º C)
Mantenemos nuestro curso.
Ya no podemos localizar a nuestra base, puesto
que la radio ha dejado de funcionar.
El terreno bajo nosotros se vuelve cada vez más
plano.”
Poco después de
eso el aparato de Byrd es interceptado y dirigido a una maravillosa ciudad,
escoltado por un par de platillos volantes, y Byrd es llevado ante un supuesto
maestro mientras su copiloto queda a la espera, el maestro da el consabido
mensaje de advertencia apocalíptica para que el almirante lo transmita y Byrd
es devuelto a su nave regresando a su base de operaciones. El colofón es una
reunión en el Pentágono, en Washington, dónde se conmina a Byrd a guardar en
secreto sus experiencias y el mensaje en cuestión, cosa que se supone que Byrd
hace a pesar suyo, dada la difusión de este y otros diarios apócrifos cabe
dudar del empeño puesto en el éxito del secretismo.
Curiosamente el
mismo relato se sitúa en ocasiones en el ártico –como sucede en la versión
citada anteriormente- o en el antártico, parece que Byrd, en ese mes de febrero
de 1947, tenía el don de la ubicuidad –o de la bilocación- y estaba en dos lugares
al mismo tiempo, lugares que, además distaban entre sí la totalidad del
planeta…
Debemos suponer
que las versiones “árticas” son un apócrifo del apócrifo, puesto que en febrero
de 1947 Byrd participaba en la Operación Highjump –dirigía las labores de exploración
y científicas pero no estaba al mando de la fuerza, como a veces erróneamente
se indica, quién tenía el mando militar de las operaciones era el contralmirante
Richard H. Cruzen-. Ni que decir tiene que la Operación Highjump no registra
para nada esos “vuelos personales” de Byrd, que dirigía parte de las
operaciones pero no las protagonizaba personalmente.
Esta operación
también encontrará su versión en el campo de lo fantástico, así tenemos de ella
dos perspectivas “mistéricas”, una que afirma que la misma se dirigió contra
una base secreta nazi de avanzadísima tecnología (sic), y otra que sitúa como
objetivo de la misma el contacto, precisamente, con los habitantes de la
“Tierra hueca” (también podemos decir “sic” al respecto). La cuestión nazi no
entra en el tema que aquí exponemos pero, probablemente, merecería su propio
tema, baste decir por ahora que las especulaciones de miles de bajas y de
numerosos daños en aviones y navíos de la Task Force son completamente
infundadas. La expedición registró limitadas perdidas –la principal a causa del
accidente de un avión que participaba en las operaciones, en el que murieron
tres de los nueve tripulantes- y daños en un submarino a causa de los hielos,
nada más.
En realidad Byrd
intentó sobrevolar el Polo Norte en mayo de 1926, Byrd afirmó haberlo
conseguido pero se cuestionó el resultado, en absoluto por algo misterioso, más
bien por algo tan prosaico como una fuga de aceite en el motor del avión que le
obligó a dar la vuelta antes de alcanzar su objetivo, no obstante Byrd afirmó
haberlo logrado. La primera expedición a la Antártida de Byrd se realiza entre
1928 y 1930, durante ésta sí que realiza un vuelo hacia el Polo Sur, el 28 de
noviembre de 1929, junto con el piloto Bernt Balchen, el encargado de la radio
Harold June, y el fotógrafo Ashley McKinley , volaron en un trimotor Ford hasta
el polo y regresaron en 18 horas y 41 minutos. En esta expedición participaron
dos buques y tres aviones. Byrd realizó cuatro expediciones a la Antártida más
de 1933-35, 1939-40, 1946-47 y 1955-56, tan solo las tres últimas fueron
realizadas con el patrocinio o el encargo del gobierno de los Estados Unidos,
las anteriores a estas fueron no gubernamentales.
La "Tierra hueca" y el esoterismo neonazi
Curiosamente el
esoterismo de ideología o simpatías nacionalsocialista se encontrará detrás de
bastantes de estas difusiones apócrifas de supuestos relatos de Byrd o de otras
personas sobre la “Tierra hueca”, por supuesto no todo aquel que apoya las
mismas tiene relación con el nacionalsocialismo, sí lo suelen tener los que
oscilan entre los “ovnis nazis”, las “megabases” alemanas en la Antártida y la
“Tierra hueca”.
Un buen ejemplo
de esto es el ya citado Miguel Serrano y su obra “El cordón dorado”, dónde
podemos encontrar pasajes como los siguientes:
“La tierra esta
hendida en sus dos extremos y se curva al interior, de modo que si alguien
sobrepasa los 83 grados de latitud, al norte o al sur, sin saberlo se hallara
en el interior del planeta. La fuerza de gravedad se ubica en el centro de la
corteza terrestre, que tiene un espesor de 800 millas. Mas allá esta el aire,
el hueco interior de la tierra. La corteza, en su reverso, constituiría
continentes y mares, bosques, montañas, ríos, habitados por una raza superior
que entro allí en tiempos remotos y que serán los hiperbóreos de la leyenda.
Su civilización
es mucho mas avanzada que la de la superficie y algunos de sus Guías mantienen
el contacto con muy pocos de los de "aquí". Allí estarían la Agharta
y Shambdlah sumergidas (Agharta quiere decir "inaccesible" en
sánscrito), de las que hablan tibetanos y mongoles, como sedes del Rey del
Mundo, y el "Reino del Preste Juan", y el Oriente simbólico de los
templarios y de los auténticos rosacruces. Allí habrían ido, entonces, los
dirigentes desconocidos de ambas Ordenes y los de la Organización esotérica
hitleriana. Desde allí, Hitler recibiría instrucciones (…)
El clima adentro
es equilibrado, como lo fuera el de la tierra exterior antes de la desviación
de su eje y del trastrueque de los polos. Es decir, aun existe allí la Edad
Áurea, Solar. En el centro del hueco interior hay un sol, mas pequeño que el
nuestro de afuera. Como la fuerza de gravedad es menor adentro, la estatura
será gigantesca y existe una enorme longevidad. Hitler aun vive, rejuvenecido.
Quien allí llegue tendrá la impresión de haber caído en la eternidad, "en
un continente encantado, en el cielo (…).
Si se entra en
la tierra, no se nota. Porque aun cuando se este allí en la posición inversa a
la de la superficie, la sensación es siempre la de permanecer arriba. Se debe a
que el centro de gravedad se halla en el medio de la corteza. Nosotros tampoco
nos sentimos pendiendo cabeza abajo en el cosmos, aunque lo estemos en la
realidad. Tampoco un navegante sabe que va circunnavegando la tierra, le parece
ir siempre en línea recta; lo mismo le sucede a un aviador. Para saber, además,
donde se halla el norte o el sur, un explorador que ha sobrepasado los grados
de latitudes mencionados, deberá caminar en cualquiera dirección, que no sea
hacia el interior, alejándose del Circulo Magnético, hasta que la brújula
vuelva a sus cabales y pueda otra vez marcar el Norte, sin esa tendencia
excéntrica, hacia arriba. Si no fuese así, es que avanzamos hacia el interior;
nos ha sido dado penetrar en otro Universo.
Pero, ¿es esto
posible? ¿Permitirán los de "allá" avanzar en sus dominios?
Las aberturas
polares impiden la coincidencia de los polos magnéticos y geográficos. la
tierra no es sólida, sino hueca.(...)
Se afirma que
hay otras entradas al mundo subterráneo, además de los Polos: en el Sinkiang
chino, en el Gobi, en el Tibet, en el Monte Kailas, en los Transhimalaya, en
Montségur, en Mont Saint-Michel, en los Pirineos, en el Pico Sacro, frente a
Santiago de Compostela, en Islandia, por el cráter del volcán apagado
Snaefelsjokull, bajo la Esfinge, en Egipto, en Guatemala, en Perú, en Brasil,
en el norte de Chile, en la Patagonia, en el Monte Milimoyu, en los oasis
antárticos y también en la cordillera central de los Andes, donde yo viera a
los gigantes descritos en "Ni por Mar ni por Tierra" y en "La
Serpiente del Paraíso".
La Esfinge y las
pirámides serían los "icebergs del desierto". Es decir, lo que
aparece como visible es muy poco en comparación con lo que va debajo de la
superficie. Estarían asentados en un mundo subterráneo conectado con pasillos,
templos, ciudades de un pasado remotísimo, que dan al "otro lado" o
interior de la esfera. La imagen simbólica visible seria como la cima de una
montaña o como la copa de un árbol. Si esos icebergs dieran también vueltas de
campana, lo que subiría seria un mundo ignorado por edades y que nos aportaría
la escritura lineal del Egipto pre-Antiguo del que nos habla Wirth, anterior al
jeroglífico y al ideograma, la clave de todos los símbolos, mitos, leyendas y
religiones. La ciencia de la mutación y transfiguración del universo. La Otra
Ciencia. El Libro de Tot. Hay quienes afirman que no solo en la superficie
interior de la corteza existen ciudades y mundos habitados. Existirían también
dentro de la corteza, en una suerte de capas sucesivas, unidas por galerías,
pasillos y túneles subterráneos. A estas regiones habrían dado los túneles de
la ciudad de Tiahuanaco (Tia = Dios) y el sistema de pasillos ocultos y
subterráneos que existirían en el norte de Chile. Los habitantes de estas ciudades
no tienen ojos como nosotros, sino cuencas profundas.”
Como no podía
ser de otra manera, Serrano, también nos habla de Byrd, repite lo ya conocido y
apócrifo, tanto de las supuestas entradas del almirante al mundo interior a
través de los polos, como el no menos supuesto combate de la flota de la
Operación Highjump con enemigos fabulosos en los hielos de la Antártida -sean
nazis con platillos volantes, sean “agarthianos” con esos mismos aparatos-.
En cierta medida
–y aunque sea a través del reino de la fantasía- vienen a esperar que los
anhelos de Heinrich Himmler de localizar a los “Superiores Desconocidos” o sus
oponentes bajo los hielos y/o el subsuelo se hubiese producido.
La "Tierra hueca" y los platillos volantes
La relación
entre los platillos volantes y la “Tierra hueca” –o, más concretamente, con sus
adelantadísimos habitantes- también se establece fuera del esoterismo nazi
posterior a la Segunda Guerra Mundial, digamos que entre el esoterismo sin
adjetivar y entre el esoterismo “cientifista”. Este último tiene necesidad de
buscar “pruebas” que aparenten ser “científicas” o, cuando menos, “empíricas”,
algunos de sus representantes quieren muy expresamente desmarcarse de lo más
“esoterizante”, consiguiéndolo en mayor o menor grado, pero sucede que, al fin
y al cabo, acaban por reproducir los mismos lugares comunes, cosa ni buena ni
mala, sencillamente inevitable al tratar idénticos temas.
Todos los
caminos que nos conducen desde los Ovnis hasta la “Tierra hueca” parece que pasan
por el mismo nombre, el ufólogo estadounidense Ray Palmer, editor de la revista
“Flying Saucers”. A diferencia de otros
colegas suyos, Palmer, sostuvo la hipótesis de que los platillos volantes no
tenían un origen extraterrestre sino intraterrestre, a esa tesis se abonó
también el ufologo Gray Barker. Curiosamente aquí nos encontramos con otra de
esas conexiones entre los “cientifistas ufologos” y el mundo esotérico
tradicional, pues Palmer, a partir de un libro de O. C. Huguenin, se tropezó
con la idea “intraterrena” de la mano del presidente de la Sociedad Teosófica de
Brasil, Enrique José de Souza, así que podría decirse que la Agartha y
Shambhala de Madame Blavatsky y Nikolai Roerich reaparecía junto al fenómeno
Ovni.
"Mapas" y descripciones de la "Tierra hueca"
La “Tierra
hueca” tiene sus mapas, esto puede parecer sorprendente pero no lo es
necesariamente, a fin de cuentas un mapa es una forma determinada de lenguaje,
con un acusado sentido de la descripción, y nuestro tema ha sido profusamente
descrito, así que, en puridad, se puede cartografiar, dependerá de las
descripciones utilizadas la mayor o menor posibilidad de detalle.
El primer
elemento común que encontramos es el situar en los polos las grandes entradas
principales a ese universo interior, no siendo las únicas, quede claro, pero sí
las más evidentes. El planeta se concibe más como una especie de “rosca” que
como una esfera, el agujero que define la rosca sería, precisamente, las
entradas principales al mundo interior, es decir los polos. La corteza
terrestre se describe como una cáscara de iguales características en su anverso
y reverso. En el centro del “rosco” terrestre se situaría un sol interno que
vendría a hacer las funciones de núcleo respecto al planeta y de luminaria en
relación a las tierras internas de la corteza.
Este esquema es
el que se presenta por diversos autores que, desde finales del siglo XIX y
principios del XX, defienden que la Tierra es hueca, como William Reed o
Marshall B. Gardner.
A esto se añade
diverso nivel de detalle que posteriormente se incluye en descripciones de las
supuestas masas de tierra y mares que conformarían el mundo del interior de la
corteza. En ese mundo se sitúa la ciudad de Shambhala, las “tierras de las
razas avanzadas”, diferentes bahías y un cierto número de ciudades repartidas
entre esa tierra interna y en cavidades del interior de la corteza terrestre.
Según que esquema de ese mundo interno se consulte hasta se sitúan “bases
espaciales” desde las que saldrían naves hacia el espacio exterior.
Estos mapas más
“detallados” –aunque siempre de una escala muy pequeña-, basan sus
informaciones en la imaginación del autor o autores, en ocasiones basados en
relatos de difícil identificación que, por otro lado, son aderezados por la
interpretación de quién confecciona esas geografías.
A nivel de
descripción paisajística, en la medida que existe, se presenta una fauna y una
flora exuberantes, generalmente con elementos pintorescos y propios de entornos
fantásticos y/o pasados, así parece que la figura del “Mamut” es casi
omnipresente y, tal vez en menor grado, la de los grandes saurios que, en
realidad, jamás convivieron con la presencia humana y muy escasamente con los
primeros mamíferos. En estos puntos las descripciones paisajísticas
pretendidamente “reales” coinciden curiosamente con aquellas que nunca se han presentado fuera
del mundo de la narrativa, el caso más claro y, posiblemente, uno de los más
conocidos es el de la obra de Julio Verne “Viaje al centro de la Tierra”.
Ray Palmer cita
una descripción de los “apócrifos” del almirante Byrd –que recuerda, en esta
dimensión novelada, a la figura del capitán Grant de Verne- y se hace eco de
las supuestas características de este mundo interior no explorado:
“Los dos vuelos del Almirante Byrd por encima de
los dos polos prueban que hay algo raro en la forma de la tierra en ambas
áreas. Byrd voló al Polo Norte, pero no se detuvo allí para dar la vuelta, sino
que siguió 2.740 kilómetros más allá y luego siguió el mismo camino de vuelta a
la base ártica (debido a la poca gasolina restante). A medida que hacía
progresos más allá del punto del Polo, se veía tierra sin hielo, lagos,
montañas cubiertas de árboles e, inclusive, se vio un animal monstruoso,
parecido al mamut de la antigüedad, que se movía entre la vegetación. Los
tripulantes del avión informaron todo esto por radio. El avión sobrevoló
tierra, montañas, árboles, lagos y ríos por casi la totalidad de los 2.740
kilómetros.”
(Ray Palmer,
citado por Raymond Bernard en “La Tierra hueca”, página 38)
Diarios
secretos, exploradores solitarios, dados por locos –como Olaf Jansen- o
forzados al silencio, siempre encontramos una pauta en todos los casos: las
“pruebas” o son cosas puramente circunstanciales o teñidas de ambigüedad –como
ciertas declaraciones reales del almirante Byrd, que bien pueden remitirse a
los espacios helados normales y corrientes del Ártico y del Antártico- o bien
son “apócrifas”, en todo caso rodeadas por una “conspiración de silencio” al
estilo de los “hombres de negro” que, no obstante su dimensión y supuesta
sofisticación, es periódicamente rota por “ufólogos”, parapsicólogos y
esoteristas.
Lo cierto es que
la idea de la “conspiración del silencio” es esencial y muy racional –nada
paranoide- para quienes postulan seriamente la idea de una “Tierra hueca”,
sencillamente de alguna manera se ha de sustentar no solo el desconocimiento de
esa estructura “real” del Planeta, sino el éxito de la muy conocida estructura
de la Tierra solida, estudiada en lo interno y lo externo por la Geodesia, la
Geología y otras ciencias afines. Así las cosas la “conspiración de silencio”
es necesaria porque es lo único que permite “racionalmente” apoyar las
persistencia del misterio, lo escaso y perfilado de sus “pruebas” y la
oficialidad y publicidad de su opuesto –en este caso una estructura solida de
la Tierra, o, mejor dicho, “compacta”, el grado de solidez se define en realidad
por el “coeficiente de viscosidad” que en su día manejó Alfred Wegener-.
Obsérvese que la
“cuestión conspirativa” es precisa sobre todo por “ufólogos” y aquellos que se
adhieren a los postulados “cientifistas” dentro de su muy heterodoxa postura, los
teósofos, esotéricos y ocultistas precisan menos de eso, entre otras cosas
porque remiten la “carga de la prueba” a cuestiones como la “canalización” y la
“mediumnidad”.
Jorge Romero Gil
Bibliografía
Ariza, Francisco: “La Historia y la Geografía
Sagradas en la obra de René Guénon”
Bernard,
Raymond: La Tierra hueca
Blavatsky,
Helena: Doctrina Secreta
Blavatsky,
Helena: Isis desvelada
Guénon, René: El
Rey del mundo
Ossendowski,
Ferdinand: Bestias, hombres, dioses
Ossendowski,
Ferdinand: El hombre y el misterio en Asia
Saint-Yves
d’Alveydre, Alexandre: La misión de la India en Europa
Serrano, Miguel:
El cordón dorado
Verne, Julio:
Viaje al centro de la Tierra