miércoles, 25 de julio de 2012

Agartha y la tierra hueca (III)




La idea de la tierra hueca no deja de ser sino la transformación de un mito oriental –a caballo del chamanismo, el budismo y el hinduismo, siendo los “lugares telúricos” los que se relacionan más con el primero de ellos- en mito occidental. Mito que pierde sus raíces originales –el carácter de fin de ciclo de la epopeya hinduista o el carácter de lugar mágico y “sacro” del chamanismo- y que generará sus propias fuentes y, en ocasiones, raíces –no será extraña a la difusión de la idea de la tierra hueca la mención de referencias bíblicas o relacionadas con ellas-. También aparecerá –¡como no!- la muy occidental cuestión del fenómeno OVNI, digamos que no quedarán muchos elementos del imaginario fantástico del Occidente moderno fuera del asunto.

Esoterismo clásico y esoterismo "cientifista"

Cabe diferenciar dos aproximaciones diferentes a la Tierra hueca, por un lado nos encontramos con el esoterismo clásico occidental, el de fines del siglo XIX e inicios del XX, que recurre a cosas como las “canalizaciones” –relacionado con la idea de mediumnidad- a la hora de basar sus teóricos descubrimientos, y lo que podríamos llamar el entorno “cientifista” que invariablemente recurre a supuestas expediciones de descubrimiento que o bien son secretas o bien se han silenciado por los poderes establecidos, en estas expediciones siempre aparece la figura del intrépido explorador, aquí nos encontramos con hechos apócrifos vinculados a personas reales o bien con hechos apócrifos vinculados a personajes respecto a los cuales no se puede constatar siquiera su realidad. 

En uno y otro caso queda patente la ausencia de pruebas reales en las que apoyar sus afirmaciones, resulta obvio que la “canalización” y la “mediumnidad” no constituyen ningún argumento solido, no más allá de la fe que se desee depositar en ellas; por lo que hace a los “cientifistas” a lo sumo puede hablarse de anécdotas puramente circunstanciales sobre las que se construyen elaboradas teorías, siempre reposando en pruebas secretas o que han sido secuestradas por los que se empeñan en “ocultar la verdad”. No obstante, resultan interesantes las construcciones de esos mundos artificiales –porque son fruto de un artificio, de un “constructo”-, como se describen estos y, en ocasiones, como se describe el proceso de su “descubrimiento”, en muchas ocasiones con exploraciones fantásticas incluidas.

En otros artículos ya se ha abordado la perspectiva esotérica u ocultista clásica “pura”, las visiones “cientifistas” de la “tierra hueca” se desarrollarán en su plenitud básicamente en la segunda mitad del siglo XX, si bien tiene antecedentes anteriores o recurre a supuestos hechos anteriores. De hecho en la literatura se encuentran algunos planteamientos que siendo fantásticos presentan una imagen “científica”, es el caso de la famosa novela “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne, igualmente puede retrotraerse a ilustres defensores como el astrónomo británico del siglo XVII Sir Edmund Halley, que lanzó la idea de que la Tierra era hueca.

La diferencia entre las leyendas subterráneas de Agartha, presentadas por ocultistas y/o aventureros, y la llamada “teoría de la Tierra hueca”, es que la primera no necesariamente –y se diría que no mayoritariamente- precisa que el planeta sea hueco, nos presenta un mundo oculto en subterráneos pero eso no desdice de la solidez del planeta en sí, digamos que lo único que precisa es “implantar” cavernas en el subsuelo más grandes y puede que más profundas de las ya conocidas y, muchas de ellas, explorada por los espeleólogos; mientras que la segunda necesariamente se refiere a un globo terrestre casi en sentido estricto, pues su interior –como en los globos aeroestáticos- es hueco, completamente hueco, siendo la parte solida tan solo la corteza, habitada tanto en su interior como su exterior, a la que cabría añadir como parte “solida” el supuesto “Sol interior”, un “Sol” a escala que haría las veces de luminaria para las tierras interiores y de núcleo del planeta.

Así, pues, tenemos la imagen a grandes rasgos de lo que debiera ser esa “Tierra hueca”, nos falta añadir que sus defensores afirman que existen dos grandes puntos de entrada y salida de la misma –amén de otras posibles entradas secundarias, a partir de cavernas y similares-, estos serían los dos polos, que se imaginan como dos gigantescos agujeros que se abren hacia el interior del Planeta. 

La conspiración necesaria para explicar la falta de pruebas

A la pregunta de ¿dónde están las imágenes? Se responde que éstas están censuradas, y se pone como prueba un hecho cierto pero circunstancial, que es que en las imágenes satélite de los casquetes ártico y antártico los polos geográficos estrictos aparecen ocultos por algún elemento que corta la imagen –un círculo, una estrella, una mancha, etc.-.

Lo cierto es que en general ésta es una práctica habitual –casi se podría decir “clásica”- tanto en las imágenes de satélite como de las fotografías aéreas, en todas ellas las autoridades militares condicionan el resultado de algunos elementos de la foto o imagen que se consideran estratégicos o de interés militar, disimulando los mismos o tapándolos directamente con una mancha que impida su visualización. Ciertamente cabe preguntarse sobre la efectividad real de una medida que, como mínimo, parece indicar a posibles adversarios que… allí hay algo de interés militar, ergo… un objetivo.

Esta práctica o imposición, de explicación sumamente prosaica, es perfectamente conocida por geógrafos, cartógrafos y otros profesionales relacionados con temas territoriales y espaciales. En realidad lo único que nos dicen esas “no imágenes” polares es que en los polos algo se considera de importancia estratégica –relacionada o no con lo militar- por parte de las autoridades nacionales a las cuales se ajustan los autores o difusores de esas imágenes. Ni más ni menos.

Si como prueba “negativa” los defensores de la “Tierra hueca” presentan cosas como la ausencia de imágenes de los polos, como prueba “positiva” presentan diferentes anécdotas, más o menos creíbles, de protagonistas antiguos o anónimos y, sobre todo, historias que podemos denominar “apócrifas” de personas reales, con cierto prestigio en su campo o conocidas en su momento, que acaban por convertirse en personajes de la “saga de la Tierra hueca”.

La figura de Richard E. Byrd

El paradigma de esta situación es el explorador y marino estadounidense Richard E. Byrd, cuya figura será utilizada en una doble vertiente “misteriosa”, la que aquí tratamos de la “Tierra hueca” y la de presuntas, secretas y avanzadísimas bases… del Tercer Reich, que en ocasiones aparecen en la Antártida “por libre” y en otras versiones se relacionan también con la “Tierra hueca” –esa vinculación la realiza, por ejemplo, el chileno Miguel Serrano en su más que curiosa obra literaria “místico-mistérico-nazi”-. El caso es que el almirante Byrd o bien explora la “Tierra hueca”, o bien se enfrenta a un poder oculto nacionalsocialista, o… ambas cosas. Ciertamente el “curriculum” apócrifo del almirante Byrd supera al ya notable “curriculum” oficial del mismo.

Lo primero que se observa al leer los supuestos diarios apócrifos de Byrd es una notable diferencia de estilo –además de contenidos, naturalmente- a los diarios reales y conocidos del almirante Byrd en su faceta de explorador, si tomamos, por ejemplo, el diario de su viaje antártico de 1934, dónde pasó todo el invierno en ese continente, vemos que no es preciso incentivar con fantasías la aventura del explorador Byrd, resulta emocionante leer su diario –muchísimo más detallado y convincente que los apócrifos- y captar el riesgo y la emoción del viaje real, también la tensión, pues Byrd, en 1934, tuvo su vida en serio peligro. Un brillante artículo de Marcelo Dos Santos recoge esos hechos profusa y concienzudamente.

Pero volviendo al Byrd de la ciencia-ficción nos encontramos con el buen almirante metido en cada uno de sus viajes polares –al norte y al sur- introduciéndose en la “Tierra hueca”, aquí presentamos un fragmento de los supuestos diarios, se supone que aconteció en un vuelo sobre el ártico efectuado en febrero de 1947:

“Las condiciones de vuelo son de nuevo buenas. Se pueden ver enormes masas de nieve y hielo bajo nosotros.

Notamos en la nieve bajo nosotros un tono amarillento. Ese cambio de color sigue un patrón preciso.

Descendemos para poder observar mejor este fenómeno.

Ahora podemos reconocer distintos colores. Vemos también patrones rojos y lila.

Sobrevolamos la región otras dos veces, y después volvemos al curso en que estábamos.

Volvemos a chequear la posición con nuestra base.

Transmitimos todas las informaciones referentes a los patrones y a los cambios de color del hielo y la nieve.

Nuestras brújulas se han vuelto locas.

Ambas, la brújula giroscópica y la brújula magnética, giran y vibran.

Ya no podemos comprobar nuestra posición y dirección con nuestros instrumentos.

Sólo nos queda la brújula solar. Con ella podemos mantener la dirección.

Todos los instrumentos funcionan titubeantemente y extremadamente lentos.

Sin embargo no podemos determinar una congelación. Podemos distinguir montañas ante nosotros.

Nos situamos a 2.950 pies (aprox. 900 metros). De nuevo tenemos fuertes turbulencias.

Hace 29 minutos que hemos visto las montañas por primera vez.

No nos hemos equivocado. Es toda una cadena montañosa.

No es especialmente grande. Nunca ante la había visto.

Entretanto estamos directamente sobre la cadena montañosa.

Seguimos volando en línea recta, siempre en dirección norte.

Tras la cadena montañosa hay verdaderamente un pequeño valle.

A través del valle serpentea un río.

Estamos asombrados: aquí no puede haber un valle verde.

Aquí hay cosas que no concuerdan.

Bajo nosotros debería haber masas de hielo y nieve.

A babor las pendientes de las montañas arboladas con altos árboles.

Toda nuestra navegación ha dejado de funcionar.

La brújula giroscópica se balancea continuamente en un ir y venir.

Desciendo ahora a 1.550 pies (aprox. 470 metros).

Hago girar acusadamente al avión hacia la izquierda.

Ahora puedo ver mejor el valle bajo nosotros.

Sí, es verde.

Está cubierto de árboles y zonas de musgo.

Aquí dominan otras condiciones de iluminación.

En ningún lado puedo ver el sol.

Hacemos de nuevo una curva a la izquierda.

Ahora divisamos bajo nosotros un animal adulto.

Podría ser un elefante. ¡No! Es increíble, parece un mamut.

Pero de verdad es así. Tenemos bajo nosotros un mamut adulto.

Ahora bajo aún más.

Ahora estamos a una altura de 1.000 pies (aprox. 305 metros).

Observamos al animal con los prismáticos.

Ahora es seguro - es un mamut o un animal que se le parece mucho al mamut.

Radiamos las observaciones a la base.

Sobrevolamos entretanto otras montañas más pequeñas.

Yo estoy mientras tanto totalmente asombrado.

Aquí hay cosas que no concuerdan.

Todos los instrumentos vuelven a funcionar.

Empieza a hacer calor.

El indicador nos dice que estamos a 74 grados Fahrenheit (aprox. 23º C)

Mantenemos nuestro curso.

Ya no podemos localizar a nuestra base, puesto que la radio ha dejado de funcionar.

El terreno bajo nosotros se vuelve cada vez más plano.”

Poco después de eso el aparato de Byrd es interceptado y dirigido a una maravillosa ciudad, escoltado por un par de platillos volantes, y Byrd es llevado ante un supuesto maestro mientras su copiloto queda a la espera, el maestro da el consabido mensaje de advertencia apocalíptica para que el almirante lo transmita y Byrd es devuelto a su nave regresando a su base de operaciones. El colofón es una reunión en el Pentágono, en Washington, dónde se conmina a Byrd a guardar en secreto sus experiencias y el mensaje en cuestión, cosa que se supone que Byrd hace a pesar suyo, dada la difusión de este y otros diarios apócrifos cabe dudar del empeño puesto en el éxito del secretismo.

Curiosamente el mismo relato se sitúa en ocasiones en el ártico –como sucede en la versión citada anteriormente- o en el antártico, parece que Byrd, en ese mes de febrero de 1947, tenía el don de la ubicuidad –o de la bilocación- y estaba en dos lugares al mismo tiempo, lugares que, además distaban entre sí la totalidad del planeta…

Debemos suponer que las versiones “árticas” son un apócrifo del apócrifo, puesto que en febrero de 1947 Byrd participaba en la Operación Highjump –dirigía las labores de exploración y científicas pero no estaba al mando de la fuerza, como a veces erróneamente se indica, quién tenía el mando militar de las operaciones era el contralmirante Richard H. Cruzen-. Ni que decir tiene que la Operación Highjump no registra para nada esos “vuelos personales” de Byrd, que dirigía parte de las operaciones pero no las protagonizaba personalmente.

Esta operación también encontrará su versión en el campo de lo fantástico, así tenemos de ella dos perspectivas “mistéricas”, una que afirma que la misma se dirigió contra una base secreta nazi de avanzadísima tecnología (sic), y otra que sitúa como objetivo de la misma el contacto, precisamente, con los habitantes de la “Tierra hueca” (también podemos decir “sic” al respecto). La cuestión nazi no entra en el tema que aquí exponemos pero, probablemente, merecería su propio tema, baste decir por ahora que las especulaciones de miles de bajas y de numerosos daños en aviones y navíos de la Task Force son completamente infundadas. La expedición registró limitadas perdidas –la principal a causa del accidente de un avión que participaba en las operaciones, en el que murieron tres de los nueve tripulantes- y daños en un submarino a causa de los hielos, nada más.

En realidad Byrd intentó sobrevolar el Polo Norte en mayo de 1926, Byrd afirmó haberlo conseguido pero se cuestionó el resultado, en absoluto por algo misterioso, más bien por algo tan prosaico como una fuga de aceite en el motor del avión que le obligó a dar la vuelta antes de alcanzar su objetivo, no obstante Byrd afirmó haberlo logrado. La primera expedición a la Antártida de Byrd se realiza entre 1928 y 1930, durante ésta sí que realiza un vuelo hacia el Polo Sur, el 28 de noviembre de 1929, junto con el piloto Bernt Balchen, el encargado de la radio Harold June, y el fotógrafo Ashley McKinley , volaron en un trimotor Ford hasta el polo y regresaron en 18 horas y 41 minutos. En esta expedición participaron dos buques y tres aviones. Byrd realizó cuatro expediciones a la Antártida más de 1933-35, 1939-40, 1946-47 y 1955-56, tan solo las tres últimas fueron realizadas con el patrocinio o el encargo del gobierno de los Estados Unidos, las anteriores a estas fueron no gubernamentales.

La "Tierra hueca" y el esoterismo neonazi

Curiosamente el esoterismo de ideología o simpatías nacionalsocialista se encontrará detrás de bastantes de estas difusiones apócrifas de supuestos relatos de Byrd o de otras personas sobre la “Tierra hueca”, por supuesto no todo aquel que apoya las mismas tiene relación con el nacionalsocialismo, sí lo suelen tener los que oscilan entre los “ovnis nazis”, las “megabases” alemanas en la Antártida y la “Tierra hueca”.

Un buen ejemplo de esto es el ya citado Miguel Serrano y su obra “El cordón dorado”, dónde podemos encontrar pasajes como los siguientes:

“La tierra esta hendida en sus dos extremos y se curva al interior, de modo que si alguien sobrepasa los 83 grados de latitud, al norte o al sur, sin saberlo se hallara en el interior del planeta. La fuerza de gravedad se ubica en el centro de la corteza terrestre, que tiene un espesor de 800 millas. Mas allá esta el aire, el hueco interior de la tierra. La corteza, en su reverso, constituiría continentes y mares, bosques, montañas, ríos, habitados por una raza superior que entro allí en tiempos remotos y que serán los hiperbóreos de la leyenda.

Su civilización es mucho mas avanzada que la de la superficie y algunos de sus Guías mantienen el contacto con muy pocos de los de "aquí". Allí estarían la Agharta y Shambdlah sumergidas (Agharta quiere decir "inaccesible" en sánscrito), de las que hablan tibetanos y mongoles, como sedes del Rey del Mundo, y el "Reino del Preste Juan", y el Oriente simbólico de los templarios y de los auténticos rosacruces. Allí habrían ido, entonces, los dirigentes desconocidos de ambas Ordenes y los de la Organización esotérica hitleriana. Desde allí, Hitler recibiría instrucciones (…)

El clima adentro es equilibrado, como lo fuera el de la tierra exterior antes de la desviación de su eje y del trastrueque de los polos. Es decir, aun existe allí la Edad Áurea, Solar. En el centro del hueco interior hay un sol, mas pequeño que el nuestro de afuera. Como la fuerza de gravedad es menor adentro, la estatura será gigantesca y existe una enorme longevidad. Hitler aun vive, rejuvenecido. Quien allí llegue tendrá la impresión de haber caído en la eternidad, "en un continente encantado, en el cielo (…).

Si se entra en la tierra, no se nota. Porque aun cuando se este allí en la posición inversa a la de la superficie, la sensación es siempre la de permanecer arriba. Se debe a que el centro de gravedad se halla en el medio de la corteza. Nosotros tampoco nos sentimos pendiendo cabeza abajo en el cosmos, aunque lo estemos en la realidad. Tampoco un navegante sabe que va circunnavegando la tierra, le parece ir siempre en línea recta; lo mismo le sucede a un aviador. Para saber, además, donde se halla el norte o el sur, un explorador que ha sobrepasado los grados de latitudes mencionados, deberá caminar en cualquiera dirección, que no sea hacia el interior, alejándose del Circulo Magnético, hasta que la brújula vuelva a sus cabales y pueda otra vez marcar el Norte, sin esa tendencia excéntrica, hacia arriba. Si no fuese así, es que avanzamos hacia el interior; nos ha sido dado penetrar en otro Universo.

Pero, ¿es esto posible? ¿Permitirán los de "allá" avanzar en sus dominios?

Las aberturas polares impiden la coincidencia de los polos magnéticos y geográficos. la tierra no es sólida, sino hueca.(...)

Se afirma que hay otras entradas al mundo subterráneo, además de los Polos: en el Sinkiang chino, en el Gobi, en el Tibet, en el Monte Kailas, en los Transhimalaya, en Montségur, en Mont Saint-Michel, en los Pirineos, en el Pico Sacro, frente a Santiago de Compostela, en Islandia, por el cráter del volcán apagado Snaefelsjokull, bajo la Esfinge, en Egipto, en Guatemala, en Perú, en Brasil, en el norte de Chile, en la Patagonia, en el Monte Milimoyu, en los oasis antárticos y también en la cordillera central de los Andes, donde yo viera a los gigantes descritos en "Ni por Mar ni por Tierra" y en "La Serpiente del Paraíso".

La Esfinge y las pirámides serían los "icebergs del desierto". Es decir, lo que aparece como visible es muy poco en comparación con lo que va debajo de la superficie. Estarían asentados en un mundo subterráneo conectado con pasillos, templos, ciudades de un pasado remotísimo, que dan al "otro lado" o interior de la esfera. La imagen simbólica visible seria como la cima de una montaña o como la copa de un árbol. Si esos icebergs dieran también vueltas de campana, lo que subiría seria un mundo ignorado por edades y que nos aportaría la escritura lineal del Egipto pre-Antiguo del que nos habla Wirth, anterior al jeroglífico y al ideograma, la clave de todos los símbolos, mitos, leyendas y religiones. La ciencia de la mutación y transfiguración del universo. La Otra Ciencia. El Libro de Tot. Hay quienes afirman que no solo en la superficie interior de la corteza existen ciudades y mundos habitados. Existirían también dentro de la corteza, en una suerte de capas sucesivas, unidas por galerías, pasillos y túneles subterráneos. A estas regiones habrían dado los túneles de la ciudad de Tiahuanaco (Tia = Dios) y el sistema de pasillos ocultos y subterráneos que existirían en el norte de Chile. Los habitantes de estas ciudades no tienen ojos como nosotros, sino cuencas profundas.”

Como no podía ser de otra manera, Serrano, también nos habla de Byrd, repite lo ya conocido y apócrifo, tanto de las supuestas entradas del almirante al mundo interior a través de los polos, como el no menos supuesto combate de la flota de la Operación Highjump con enemigos fabulosos en los hielos de la Antártida -sean nazis con platillos volantes, sean “agarthianos” con esos mismos aparatos-.

En cierta medida –y aunque sea a través del reino de la fantasía- vienen a esperar que los anhelos de Heinrich Himmler de localizar a los “Superiores Desconocidos” o sus oponentes bajo los hielos y/o el subsuelo se hubiese producido. 

La "Tierra hueca" y los platillos volantes

La relación entre los platillos volantes y la “Tierra hueca” –o, más concretamente, con sus adelantadísimos habitantes- también se establece fuera del esoterismo nazi posterior a la Segunda Guerra Mundial, digamos que entre el esoterismo sin adjetivar y entre el esoterismo “cientifista”. Este último tiene necesidad de buscar “pruebas” que aparenten ser “científicas” o, cuando menos, “empíricas”, algunos de sus representantes quieren muy expresamente desmarcarse de lo más “esoterizante”, consiguiéndolo en mayor o menor grado, pero sucede que, al fin y al cabo, acaban por reproducir los mismos lugares comunes, cosa ni buena ni mala, sencillamente inevitable al tratar idénticos temas.

Todos los caminos que nos conducen desde los Ovnis hasta la “Tierra hueca” parece que pasan por el mismo nombre, el ufólogo estadounidense Ray Palmer, editor de la revista “Flying  Saucers”. A diferencia de otros colegas suyos, Palmer, sostuvo la hipótesis de que los platillos volantes no tenían un origen extraterrestre sino intraterrestre, a esa tesis se abonó también el ufologo Gray Barker. Curiosamente aquí nos encontramos con otra de esas conexiones entre los “cientifistas ufologos” y el mundo esotérico tradicional, pues Palmer, a partir de un libro de O. C. Huguenin, se tropezó con la idea “intraterrena” de la mano del presidente de la Sociedad Teosófica de Brasil, Enrique José de Souza, así que podría decirse que la Agartha y Shambhala de Madame Blavatsky y Nikolai Roerich reaparecía junto al fenómeno Ovni.

"Mapas" y descripciones de la "Tierra hueca"

La “Tierra hueca” tiene sus mapas, esto puede parecer sorprendente pero no lo es necesariamente, a fin de cuentas un mapa es una forma determinada de lenguaje, con un acusado sentido de la descripción, y nuestro tema ha sido profusamente descrito, así que, en puridad, se puede cartografiar, dependerá de las descripciones utilizadas la mayor o menor posibilidad de detalle.

El primer elemento común que encontramos es el situar en los polos las grandes entradas principales a ese universo interior, no siendo las únicas, quede claro, pero sí las más evidentes. El planeta se concibe más como una especie de “rosca” que como una esfera, el agujero que define la rosca sería, precisamente, las entradas principales al mundo interior, es decir los polos. La corteza terrestre se describe como una cáscara de iguales características en su anverso y reverso. En el centro del “rosco” terrestre se situaría un sol interno que vendría a hacer las funciones de núcleo respecto al planeta y de luminaria en relación a las tierras internas de la corteza.
Este esquema es el que se presenta por diversos autores que, desde finales del siglo XIX y principios del XX, defienden que la Tierra es hueca, como William Reed o Marshall B. Gardner.

A esto se añade diverso nivel de detalle que posteriormente se incluye en descripciones de las supuestas masas de tierra y mares que conformarían el mundo del interior de la corteza. En ese mundo se sitúa la ciudad de Shambhala, las “tierras de las razas avanzadas”, diferentes bahías y un cierto número de ciudades repartidas entre esa tierra interna y en cavidades del interior de la corteza terrestre. Según que esquema de ese mundo interno se consulte hasta se sitúan “bases espaciales” desde las que saldrían naves hacia el espacio exterior.

Estos mapas más “detallados” –aunque siempre de una escala muy pequeña-, basan sus informaciones en la imaginación del autor o autores, en ocasiones basados en relatos de difícil identificación que, por otro lado, son aderezados por la interpretación de quién confecciona esas geografías.

A nivel de descripción paisajística, en la medida que existe, se presenta una fauna y una flora exuberantes, generalmente con elementos pintorescos y propios de entornos fantásticos y/o pasados, así parece que la figura del “Mamut” es casi omnipresente y, tal vez en menor grado, la de los grandes saurios que, en realidad, jamás convivieron con la presencia humana y muy escasamente con los primeros mamíferos. En estos puntos las descripciones paisajísticas pretendidamente “reales” coinciden curiosamente con  aquellas que nunca se han presentado fuera del mundo de la narrativa, el caso más claro y, posiblemente, uno de los más conocidos es el de la obra de Julio Verne “Viaje al centro de la Tierra”.

Ray Palmer cita una descripción de los “apócrifos” del almirante Byrd –que recuerda, en esta dimensión novelada, a la figura del capitán Grant de Verne- y se hace eco de las supuestas características de este mundo interior no explorado:

“Los dos vuelos del Almirante Byrd por encima de los dos polos prueban que hay algo raro en la forma de la tierra en ambas áreas. Byrd voló al Polo Norte, pero no se detuvo allí para dar la vuelta, sino que siguió 2.740 kilómetros más allá y luego siguió el mismo camino de vuelta a la base ártica (debido a la poca gasolina restante). A medida que hacía progresos más allá del punto del Polo, se veía tierra sin hielo, lagos, montañas cubiertas de árboles e, inclusive, se vio un animal monstruoso, parecido al mamut de la antigüedad, que se movía entre la vegetación. Los tripulantes del avión informaron todo esto por radio. El avión sobrevoló tierra, montañas, árboles, lagos y ríos por casi la totalidad de los 2.740 kilómetros.”

(Ray Palmer, citado por Raymond Bernard en “La Tierra hueca”, página 38)

Diarios secretos, exploradores solitarios, dados por locos –como Olaf Jansen- o forzados al silencio, siempre encontramos una pauta en todos los casos: las “pruebas” o son cosas puramente circunstanciales o teñidas de ambigüedad –como ciertas declaraciones reales del almirante Byrd, que bien pueden remitirse a los espacios helados normales y corrientes del Ártico y del Antártico- o bien son “apócrifas”, en todo caso rodeadas por una “conspiración de silencio” al estilo de los “hombres de negro” que, no obstante su dimensión y supuesta sofisticación, es periódicamente rota por “ufólogos”, parapsicólogos y esoteristas.

Lo cierto es que la idea de la “conspiración del silencio” es esencial y muy racional –nada paranoide- para quienes postulan seriamente la idea de una “Tierra hueca”, sencillamente de alguna manera se ha de sustentar no solo el desconocimiento de esa estructura “real” del Planeta, sino el éxito de la muy conocida estructura de la Tierra solida, estudiada en lo interno y lo externo por la Geodesia, la Geología y otras ciencias afines. Así las cosas la “conspiración de silencio” es necesaria porque es lo único que permite “racionalmente” apoyar las persistencia del misterio, lo escaso y perfilado de sus “pruebas” y la oficialidad y publicidad de su opuesto –en este caso una estructura solida de la Tierra, o, mejor dicho, “compacta”, el grado de solidez se define en realidad por el “coeficiente de viscosidad” que en su día manejó Alfred Wegener-.

Obsérvese que la “cuestión conspirativa” es precisa sobre todo por “ufólogos” y aquellos que se adhieren a los postulados “cientifistas” dentro de su muy heterodoxa postura, los teósofos, esotéricos y ocultistas precisan menos de eso, entre otras cosas porque remiten la “carga de la prueba” a cuestiones como la “canalización” y la “mediumnidad”.


Jorge Romero Gil


Bibliografía


Ariza, Francisco: “La Historia y la Geografía Sagradas en la obra de René Guénon”

Bernard, Raymond: La Tierra hueca

Blavatsky, Helena: Doctrina Secreta

Blavatsky, Helena: Isis desvelada

Guénon, René: El Rey del mundo

Ossendowski, Ferdinand: Bestias, hombres, dioses

Ossendowski, Ferdinand: El hombre y el misterio en Asia

Saint-Yves d’Alveydre, Alexandre: La misión de la India en Europa

Serrano, Miguel: El cordón dorado

Verne, Julio: Viaje al centro de la Tierra




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