Etimológicamente uróboros proviene de la unión de dos palabras griegas de “oyrá” y “borá”, lo primero significa “cola” y lo segundo “alimento”. Pero aquí la etimología no es lo importante sino el símbolo, no nos encontramos frente al lenguaje escrito, frente a su semántica, sino frente al lenguaje puramente simbólico, por lo cual hay que atender prioritariamente a la forma.
La forma del uróboros
El uróboros arquetípico –un universal- se representa siempre como un animal parecido a una serpiente, reptil o dragón que se come o muerde su propia cola; normalmente su apariencia es la de un circulo en el que queda claro que es lo mismo su punto de inicio que su punto final.
Es un círculo que se crea a partir de opuestos, cola y cabeza lo son, la tentación de pensar en el ying y el yang en cuanto opuestos complementarios es de lo más evidente; otra, no menos obvia, es pensar en el ciclo del eterno retorno, pero eso son solo dos de los múltiples sentidos que se pueden asociar al símbolo, en este caso, el símbolo, como la palabra escrita tiene polisignificados. Polisignificados que surgen a partir de qué se desee decir con esa forma.
El eterno retorno
Uróboros es la serpiente que se muerde o se come la cola. Representa el círculo o lo cíclico en una materialización de figura animal, lo que, a su vez, lo une a un ciclo de vida, no es una mera representación anular sino una muy determinada representación anular. La idea de vida y de ciclo nos lleva, casi necesariamente, a la del eterno retorno.
En ese sentido, lo que se sugiere es que a cada final le corresponde un nuevo comienzo, comienzo que, por otro lado, es pese a su novedad, igual que el antiguo, por eso mismo es retorno y, por esa vía más que la idea de novedad lo que se sugiere es la idea de perpetuidad. De ahí a la de “fijación eterna” y a la de infinito no hay mucha diferencia. De hecho, si pensamos en ambos símbolos, encontramos notables similitudes en ellos: uno y otro no acaban nunca.
La única novedad en “el eterno retorno” es la palabra “comienzo”, y por aquí sí que podríamos llegar a los significados de la palabra escrita, uniríamos aquí el lenguaje simbólico y el escrito, alcanzando una estructura que representa a la vez cambio y no solo “continuidad” sino, yendo más allá, “fijación” En cierta medida es el tipo de combinación formal que se encuentra tras la idea de Spare de los sigilos.Junto con el simbolismo que corresponde al icono de la “serpiente que constantemente se rejuvenece”, no es casual, en ese sentido, que en la mayoría de representaciones el reptil usado sea una serpiente, pues ésta parece “rejuvenecer” cada vez que muda la piel, se une la del “círculo que se cierra” en la actitud que en la que presenta al animal, o, lo que es lo mismo, la idea de que algo se “completa”, y lo hace plenamente.
La imagen circular es también una metáfora de lo cíclico, siendo el ciclo referido cualquier ciclo posible, puede ser el paso del tiempo y su renovación, puede ser la del fin de los mundos y nuevas creaciones, incluso puede ser la idea de Big-Bang y Big-Crunch. En definitiva, de la extinción o muerte y renacimiento, y de ello se deriva la idea de eternidad.
El eterno retorno en la Antigüedad
“Todas las cosas desde la eternidad son de formas semejantes y dan vueltas en círculos” (Marco Aurelio Antonino).
Esa es la idea del tiempo en la antigüedad, una idea en contradicción con la concepción lineal del transcurso del tiempo histórico, concepción ligada a lo religioso, a la idea de un “plan divino” lineal, en el cual habría un principio y un fin que serían, justamente eso, principio y fin, no renovación y, por tanto, retorno.
Pero el mundo clásico, como muestran las palabras de Marco Aurelio no pensaba así, y, hablando de círculos, algunas hipótesis de la astrofísica, como la del Big-Bang y Big-Crunch, tampoco, digamos que eso vuelve al eterno retorno, cosa que no hace la hipótesis de la muerte térmica del Universo, que también es conceptualmente lineal.
La idea del eterno retorno va ligada a la del “Gran Tiempo”, definida por Mircea Eliade, se refiere a un tiempo mítico inicial, a una Edad de Oro, a la que se desea volver, esa es la idea de las sociedades tradicionales, de ese anhelo también proviene la idea de lo cíclico.
Así los símbolos y rituales de las culturas antiguas, irían encaminados a “escapar” del tiempo “profano” y a entrar en un tiempo “sagrado”, un tiempo reflejo de esa Edad de Oro primigenia. Walter Ong, experto en mitología y en el simbolismo del tiempo, encuentra evidencias de eso en la mitología y el folclore.
“El tiempo plantea muchos problemas para el hombre, de los cuales no es el menor el de la irresistibilidad y la irreversibilidad: el hombre es arrastrado en el tiempo quiera o no, y no puede recuperar un instante del pasado. Está atrapado, llevado contra su voluntad, y, por consiguiente, aterrorizado. El recurso a mitologías, que asocian sucesos temporales con lo atemporal, desarma en efecto el tiempo, pues proporciona alivio frente a su amenaza. Este combate mitológico contra los estragos del tiempo puede posteriormente ser racionalizado mediante diversas teorías cíclicas, que han perseguido al filosofar del hombre desde la Antigüedad hasta el presente”.
(Walter Ong, “Evolution, Myth and Poetic Vision”, citado por Paul Davies en “Sobre el tiempo”, página 28)
Uróboros, en su papel de representación de lo cíclico asociado a lo temporal, es el símbolo gráfico que más claramente recuerda esto: es algo que se enrosca sobre sí mismo y cuyo fin enlaza con el principio y, siempre, con el mismo principio. El eterno retorno por eso es eterno, porque devuelve las cosas al mismo instante y condiciones de partida, en otro caso sería algo lineal no cíclico.
El uróboros en la Alquimia
El uróboros alquímico tiene un papel importante y, a la vez, polifacético; por una parte representa un proceso que se vuelca sobre sí mismo, por otra, como señala Carl Gustav Jung, el de dualidad en la unicidad. Jung no desmiente ni diferencia la parte “práctica” que evoca lo que es un proceso alquímico cerrado de refinamiento de una sustancia, pero también nos remite a una dualidad más metafísica; el uróboros nos dice o nos recuerda que lo contradictorio se integra a partir de su dualismo en lo que en el fondo es una unidad.
En el simbolismo alquímico el uróboros representa gráficamente un “proceso cerrado en sí mismo” (Hans Biedermann, “Diccionario de símbolos”) repetitivo, y que mediante un proceso de calentamiento, evaporación, enfriamiento y condensación de un líquido debe servir para el refinamiento de la sustancia.
En ocasiones, de la serpiente su cola es sustituida por dos seres reptiloides que unen la boca y el extremo de la cola, ocupando el lugar del de arriba un dragón alado como seña de volatilidad.
Jung también menciona al uróboros en su obra “Psicología y Alquimia” y lo entiende como uno de sus símbolos básicos; en concreto, por una parte lo interpreta como mándala:
“Ouroboros, el dragón que se devora por la cola, esta figura circular constituye el mándala alquimista básico”
(Carl Gustav Jung, “Psicología y Alquimia”, página 94)
Y por otra como principio doble, en cierta medida como opuesto complementario, pero en el sentido de que puede ejercer dos funciones; en ese sentido sería más dualismo que complementariedad:
“Antimimos, el imitador, el principio maligno, aparece como el contrario del hijo de Dios. Se considera también hijo de Dios. Es aquí donde se apartan con claridad los contrastes existentes en la divinidad. Nos tropezamos en muchos lugares con este demonio en forma de antimimon pneuma (espíritu falso) . Está en el cuerpo del hombre como espíritu de las tinieblas y obliga al alma humana a que satisfaga todos sus apetitos pecaminosos. El paralelismo con esta contraposición está en la naturaleza doble del Mercurio, que, en el proceso alquimista, se manifiesta la mayor parte de las veces en la forma del ouroboros, del dragón que se devora a sí mismo, que con sí mismo se aparea, se embaraza, se mata a sí mismo y de nuevo se hace resucitar. Como hermafrodita, está integrado por contrastes y es, al mismo tiempo, el símbolo de unión de éstos. Por un lado, es un veneno mortal, un basilisco y un escorpión; por otro, la panacea y un salvador.”
(Carl Gustav Jung, “Psicología y Alquimia”, páginas 258-259)
Representaciones de uróboros
Posiblemente sea en Egipto donde se encuentran las representaciones más antiguas de uróboros; en este caso se representa el tiempo que encierra el cielo, encontrándose a menudo en el centro del círculo alguna alusión del dios Sol. Pero también lo encontramos en la China de la dinastía Chou, en una vasija de bronce datada en el 1200 antes de la era común.
Abundan las representaciones europeas, medievales y de la Edad Moderna, muchas de ellas vinculadas con la alquimia occidental, cabe recordar la del Codex Marcianus, de la Venecia del siglo XI EC.
Otro uróboros se encuentra en un códice medieval del siglo XII EC. que se conserva en el British Museum; este uróboros se representa en forma de dragón alado de dos cabezas, en este caso una de ambas cabezas se sitúa en la misma punta de la cola, así que ese uróboros se muerde la cola y la cabeza a la vez.
El uróboros creado por V. Cartari en 1647 forma un círculo que se cierra alrededor de la representación de Demogorgón, el dios del tiempo.
Un uróboros típicamente alquímico es el grabado en madera de Abraham Eleazar, fechado en 1760. En esa imagen pueden verse a dos animales cerrando el círculo; el que ocupa la parte superior es un dragón alado, mientras que el que se encuentra en la parte inferior es una serpiente.
El uróboros que figura en la tumba del escritor y pensador italiano Giacomo Leopardi, dentro de la uróboros -o rodeados por ella- aparecen la lechuza o mochuelo, que es el símbolo de Atenea, diosa del Conocimiento, la Sabiduría y el Arte -además de diosa de la ciudad de Atenas-, sobre una lámpara encendida, que es también símbolo de la sabiduría (sofía).
Cerrando el círculo
Uróboros es sobre todo completar el círculo, incluyendo la paradoja y aún lo contradictorio en él, pero con el siguiente sentido: un círculo que se cierra y... un círculo peculiar, no algo uniforme -por eso también la relación con el ying y el yang, los opuestos complementarios del taoísmo-, pero a uróboros, se le puede hacer decir muchas cosas.
Se le puede hacer hablar del tiempo y el espacio, de la complementariedad, de lo eterno y de la diferencia, porque en esa complementariedad que hay en uróboros se señala la “difference” y la “dissémination” de la deconstrucción, se señala también el desdibujar las cosas y las fronteras como lo señalan en la literatura Lewis Carroll o el Marqués de Sade, o en la pintura Seurat y Monet entre otros.
Ese círculo es peculiar, muy peculiar, no es algo homogéneo, es un proceso repetitivo en cuyo transcurso hay marcadas diferencias que… desaparecen cuando se alcanza lo que aparentemente marcaban esas diferencias ¿Qué más lejano que la cabeza y la cola?
Y, sin embargo, es justo cuando se alcanzan la cabeza y la cola cuando se puede observar que es imposible o muy difícil decir dónde empieza una y acaba la otra, no distinguirlas, que eso se puede hacer, lo que no se puede hacer es… definir la distinción o, mejor dicho la “línea” de la diferenciación.
Jorge Romero Gil
Bibliografía
Antonino, Marco Aurelio, Meditaciones
Biedermann, Hans, Diccionario de símbolos, Editorial Paidos
Davies, Paul, Sobre el Tiempo
Eliade, Mircea. El mito del Eterno Retorno. Arquetipos y repetición
Jung, Carl Gustav, Psicología y Alquimia
Spare, Austin Osma, El Libro del Placer